Pages

Contador

lunes, septiembre 09, 2013

Deshabitado


soledad de viernes,

noche cerrada y fría

odiosa, casi maldita

 
solo pienso en 

tu piel,

tus ojos

inocente adoración,

            palabras perdidas,

en la negra noche

            de viernes

deshabitado

            de vos

 

Soberbia y luz

en ese absurdo de soberbia

rehuyo

de los imposibles,

camino,

 caminos

 andados

sufro

 sufrimientos ajenos

y algunos

pocos

propios

en ese absurdo

amo y odio

ó al menos lo creo

entonces

                        cuando mas

                                   hondo

estoy

mi luz

                        pequeñísima luz

asoma

viernes, septiembre 06, 2013

Rumbo nocturno


 
La luna está hermosa en esta noche de enero. Hace un rato la confusión se apodero de mí. Un flaco que se pelea con su pareja en medio de las plataformas de la terminal... ¡por teléfono!, el malestar estomacal,¡¡¡ buahh!!! me dieron ganas de cagar, eso es siempre una mierda y no lo digo escatológicamente, por eso la noche serena, con esa luna creciente, radiante en claro cielo, me volvía la paz, ya sé que es un lugar común, que está muy bastardeada la palabra y el concepto en su esencia, pero ¿quién no sueña con ella? la confusión en mi alma atosigada de ideas absurdas y simultáneas que me llevan por la encrucijada del desdén, eso es caos,  thanatos, anhelos perdidos en mis tiempos viejos.

Por un instante, por insignificante, por sencillo, en el cual pueda sentir algo parecido a la felicidad, estoy satisfecho, estoy en paz, por cursi y melodrama que suene.

Es un hecho, cuanto más simple una experiencia más impacta, demasiados estímulos desvalorizan cualquier sensación admirable al espíritu.

Por años intenté conjugar los verbos en todos sus tiempos y modos, ahora solo me quedo en el presente del indicativo.

Es lo que sé.

En ese instante es cuando la confusión se diluye y un cosmos casi perfecto se abre a mis ojos en su magnífica expresión.  

 

 

jueves, septiembre 05, 2013

La venusina

A veces no sé qué hacer con mi vida.

No era solamente decepción o alguna cuestión existencial que me invadía. Es la monotonía de los días idénticos, mis dolores de cervical cotidianos que me paralizan, la agonía de ver desaparecer sin más remedio mis mejores intenciones.
Hace mucho que la veo. Inmóvil.
Casi yaciendo. En medio de la vereda. En frente de la escalera, la cual le estorbaba, o me daba esa sensación, que los demás están de más.
 
La peatonal hervía en el mas estricto sentido, los casi cuarenta grados, mas el gentío como hormigas, hacen más patética la escena.
 
Siempre está sola, ni con perros ni con niños, como otros linyeras que invaden el centro, ni pedía, ni decía vender nada.

Solo estaba ahí. Inmóvil.

Las moscas le caminaban, ni un pestañeo inconsciente, ni un tic. Nada. De vez en cuando un transeúnte le dejaba algo en un tarrito de duraznos, bastante mugriento, que hacia juego con la mujer, a la cual no le podía dar una edad determinada ni aproximadamente. A simple vista era vieja. Pero no podía asegurarlo.

Miraba a lo lejos, como si pudiera ver a través de los muros de los infinitos edificios de la ciudad hasta un horizonte único, propio, en donde tal vez fue feliz.

La contemplaba y no sabía qué hacer con mi vida.

Por supuesto está de más decir que no habla con nadie, que no mira a nadie. Ignoraba cuando se movía para comer o dormir, yo llegaba a esos de las ocho y la mujer ya estaba en ese lugar, estaba seguro que en algún momento lo hacía, pero nunca la había visto.

Cierto personaje nefasto que se le allegaba comentó que se meaba y cagaba encima, lo que tranquilamente podía suceder metida dentro de esas infinitas polleras, inmune al calor que invadía todo, el hedor, que de por si esta en las calles de la urbe, pero me seguía intrigando cuando bebía o comía. Nunca la vi.

Unos trabajadores del lugar me comentaron, cosa que no me consta, que está sentada sobre dos maderas,  como una silla turca o romana, otros que les pagaba a los municipales para que llevaran y la trajeran todos los días en una furgoneta, era como un ritual, la depositaban a la madrugada, donde solo están los canillitas o algún que otro vendedor de café, para que nadie los viera o les hicieran preguntas y la recogían ya entrada la noche. Cuando los fantasmas habitan la ciudad. Del mismo modo comentaban que con las mangueras a presión que limpiaban las veredas y las calles de la peatonal bañaban a la vieja. Vaya a saber uno. Creer o reventar. Reventar me dije.  

Además eso justificaba, la versión de los municipales, que se pasara todo el fin de semana ahí. Inmóvil. Yaciente.

De todas formas nunca lo sabré.

Porque no sé qué hacer con mi vida.

Yo también miraba a lo lejos, con mis ojos idos en mi único horizonte feliz.

Yo  también estoy inmóvil. Siempre en el mismo lugar. Yaciendo.

A mí también me mueven ignotos seres que habitan mi universo.

Daba la impresión de ese abandono soportable el cual tenemos todos en algún momento del día.